Trigoniero
Subida dorada entre fresnos y abedules,
robustos avellanos abrazando el sendero;
valle encajonado y secundario a la sombra de octubre
que deja vislumbrar en lo alto unos prados:
son los de Puyuel, tras la Empentinata,
que hoy, a la sombra y con los pinos afilados
se me asemejan aproximación a castillos transilvanos.
Vehemente y pese a otoño el río sigue su curso,
tiene prisa en juntarse con Barrosa, su querida,
dama de altos vuelos y fecunda,
mimada por el Chorro de Pinara
que algo más abajo y ya encinta
nos dará sin reparos al gran Zinca.
Pero aquí las aguas del barranco
de amoríos nada saben aún
y tiernas se divierten saltando
y riendo en brillantes cascadas
cayendo en profundas gorgas
y refrescando este bosque encantado.
Nos alzamos por esta muralla escalonada
viniendo a ti, buscándote.
La marcha es penosa pero atrás ya hemos dejado
la Plana del Cabo y a Francia el paso.
No es allí a donde vamos sino a tu seno,
tu secreto más bien guardado, tu ibón
que encontramos semioculto tras las fajas.
Allí donde sus aguas quietas lamen la costa
allí la hierba es suave, aterciopelada,
allí al resguardo de las rocas,
allí bajo tu rostro férreo y desgastado
plantamos la tienda y te admiramos.
Aunque ya es tarde por tu cresta dejas
que ardientes te subamos y tu cima coronemos.
Y entonces nos regalas un mar de nubes
sobre el que navegan a la deriva
algunos barcos naufragados:
al este, con su proa roya, emerge Llardana;
cercano está el casco amenazante de Punta Suelza;
digno de su nombre por ahí anda el Perdido
y al oeste encallado en este oleaje de vapor
la mole impasible de la princesa Almunia
enjoyada de abismos, traicionera
y vestida para matar.
De este lado su belleza es salvaje y peligrosa,
no en vano sus pasos son de gato
y sus flancos fríos como las aguas que llegan a Astrakán.
Nos quedamos contigo, cumbre amable,
cumbre modesta y diminutiva
pues Ibonet también te llaman;
cumbre coqueta y orgullosa, aragonesa en fin
y también bonita
con tu piel roya y desnuda
y tu húmedo ombligo que esta noche nos alberga.
Pues ya estamos allí de vuelta
al amparo de las costas
de este ibón tan solitario.
Solos los tres contigo y el quebrantahuesos
y el sarrio que sin querer
arriba antes asustamos.
Dichosos de tu soledad gozamos,
abajo se queda lo malo
y aquí arriba vivimos de la amistad,
vivimos del aire, vivimos del rumor de tus aguas
y del viento que mece la tienda.
Ni una luz salvo la Luna
y la lumbre del gas que abrasa el hornillo.
Son las nuestras sonrisas desinteresadas
es el nuestro un calor primitivo, sinceramente humano.
Pues es aquí arriba
y aunque sólo sea por un rato
donde podemos llamarnos humanos.
Abajo están los vicios, las penas, lo obligado
y el letargo de una civilización agonizante.
Aunque una sola noche,
tú nos albergas, Trigoniero,
y tus mantas de frío y viento helado,
preludio del invierno que ya acecha
nos sientan bien y nos recuerdan que vivimos
y que más real es tu utopía
que las sombras que abajo nos alimentan.
Ya es de día y con mucho pesar
de ti nos despedimos y hasta otra,
y tras descender las fajas
y dejar atrás silenciosos y apenados
tus pinos, fresnos y abedules, tus brillos dorados,
un café y un fuerte abrazo en Bielsa
y cinco suaves horas en coche hasta la locura.
(Sábado 22 de octubre de 2011)