Cotiella eres
Antesala pirenaica,
simas por doquier y agujas labasares
Creo conocerte un poco pero me esquivas
eres como aquellas chicas reservadas
que guardan sus frutos a ultranza,
casi a rabiar.
Escampas la niebla por tus flancos retorcidos
como una manta o como un sudario,
dependiendo de quien te suba.
Más tu joya no es tu cumbre sino tu estampa,
aragonesa sobria y orgullosa como tu sola
austera hasta en los hitos;
viuda solitaria pero aún bella.
Pues es tu belleza amor consumado y agostado
promesa de viejos pretendientes despachados,
siempre atractiva para quien te sepa ver.
Canoso vuelvo a ti y te sueño de nuevo
cinco horas en coche nos separan.
Creía conocerte por invernal tachada
¡qué iluso fanfarrón de barra y caña!
Fin de año y año nuevo,
y sigues esquivándome sabiendo que aún te amo;
tal vez por eso lo hagas,
tal vez la sed de altura de muchos
te haga enfadar, y te entiendo.
Más yo te soy fiel y aún y así me evitas:
desagradecida solterona.
En los llanos del Entremón perdí mi mapa
y desde entonces ando a ciegas por tus desiertos,
por tu universo calizo, morada de sarrios.
Creía conocerte y haberte bailado
¡En Barbaruens y Saravillo son testigos!
Sin saberlo te vi desde la Peña
mas cuando andas con el corazón y no con la cabeza
¡qué perdido vas y qué engañado!
Pero con el corazón vuelvo a ti
a tu basa y a tus hielos.
Se precisa paciencia y sangre fría
para descubrirte en todo tu esplendor
celosa de ti, siempre
¡Lesión de amigos, bárbara!
Te he sudado, te he sufrido
pero también te he gozado un rato.
Esos resquicios de luz que me has dado,
esa paz, esa dicha y calidez de tus oasis
hacen que vuelva a ti tarde o temprano.
¡Qué bella eres y qué desconocida!
Te quiero así, como eres,
con tus cuevas, simas y desiertos,
con tus aéreas crestas y barrancos tenebrosos
con tus húmedos ibones y collados quemados
con los pliegues de tu cuerpo ajado.
Eres el último puerto y la última madre
que a todos los náufragos consuela.
Los que te hemos amado volvemos a ti
como el viento africano del sur
tórrido y porculero, carícia enfermiza
siempre puntual a su cita.
Será tal vez la mora que habita en ti
siempre húmeda y siempre veraniega
con sus curvas y alhajas, engañapastores,
la que me llama.
Infiel soy entonces en estos pagos crucificados,
y tú eres entonces montaña oriental, turca y vaporosa,
exótica en una tierra reconquistada,
¿prisionera? no, más bien concubina deseada,
moruna de curvas descaradas
y blanca cabellera larga y vertical:
precipicio al que vamos a caer
todos los parias que de verdad te amamos.
A tus pies, muertos y ya en paz
nos descubrirá el quebrantahuesos;
Implacable y voraz
con nosotros hará su agosto
y de nuevo empezará el ciclo
de tus espeleólogos y balas perdidas.
(Viernes 21 de octubre de 2011)